En un país de precipitaciones irregulares y un régimen natural de los ríos que dificulta el aprovechamiento óptimo de sus aguas, la construcción de presas ha sido históricamente una pieza clave para el desarrollo de nuestros territorios, ya sea para el aprovechamiento de las aguas para abastecimiento y usos industriales, para la producción hidroeléctrica, la protección frente a inundaciones o, sobre todo, para el impulso de la agricultura de regadío.
Ya entre las ideas sobre las que descansa el primer plan de obras hidráulicas de 1902, conocido como Plan Gasset, estaba
la promoción pública de infraestructuras hidráulicas para contribuir al desarrollo económico del país, pero es sobre todo desde la creación de las confederaciones hidrográficas cuando el Estado se involucra decididamente con la construcción de presas y canales, encomendando generalmente a los organismos de cuenca tanto la construcción como la explotación posterior de las obras.