El patrimonio cultural del Norte de Marruecos, igual que el de todo el país, presenta un fuerte componente religioso. Ésta es la explicación de que resulte imprescindible estudiar ambos fenómenos simultáneamente. En el área septentrional de Marruecos la religión no sólo ha producido una potente arquitectura urbana (Larache, Tánger, Tetuán, Chefchauen, Alhucemas, Nador y otros lugares), sino que, además, ha generado un valioso patrimonio cultural en el ámbito rural. Tal patrimonio, que posee un acusado sentido material, posee otro inmaterial no menos interesante. Los conocimientos acerca de la religión se han transmitido eficazmente entre generaciones, en forma de creencias y de prácticas llenas de expresividad y plenas de sentido para los creyentes. Se da la circunstancia de que esta conservación de tradiciones, que en parte ha sido de índole iletrada, debido entre otras causas a los bajos niveles de escolaridad que imperan endémicamente en las áreas rurales de las montañas del norte de Marruecos, mucho más acusados aún en su vertiente femenina, se ha servido asimismo del vehículo escrito, gracias al arraigo de poderosas figuras religiosas de carácter letrado, todo lo cual se ha hecho más intensa y fluida la manifestación de los sentimientos religiosos, provocando que el fenómeno acabara convirtiéndose en un elemento vertebrador de su cultura.