En principio la figura de Jesús no debería haber representado más, dentro del mundo espiritual judío, que la de uno, el último, de los profetas; pero no fue así. Lo cierto es que en torno a él, desde muy pronto, se fueron reuniendo una serie de individuos que reclamaban su excelencia. Jesús, a su entender, no era el último de los profetas, sino el gran profeta. Dedicados a examinar detenidamente su pensamiento, estudiando los testimonios que de él quedaron, sus conclusiones empezaron a chocar con los dogmas judíos.