No hay duda de que no habríamos llegado nunca hasta aquí sin nuestro juglar favorito, Gonzalo Escarpa, cuya metódica locura poética construye uni versos poderosos donde las quimeras se arcillan y no tienen límite. A mí solo me queda levantar esta copa sin capa en un mínimo gesto de alguacil de novela de Ananta Toer y seguir soñando con islas inventadas y proyectos artísticos hermanos del jardín surrealista de Edward James.