El hablante lírico de estos poemas, tiene directa relación con la biografía emocional del autor. Aquí se hace evidente la conjunción entre espacio urbano y marítimo chileno, como pretexto para situarnos en los avatares del amor, lo metafísico, el jazz, la cotidianeidad y la muerte. Francisco Véjar hace su declaración de principios a partir del primer texto que abre el volumen. Su título: Gravedad y gaviota. Ahí anota: No es simple constatar la indiferencia de los amigos ante el paisaje. / Ellos olvidaron la manía / de reconocer otras huellas en la arena de la playa. / Las dunas en ese lugar guardan secretos de adolescentes / que luego la noche se encargará de reunir. Asimismo, en este libro hallamos poemas en prosa, como el dedicado a Krupskaia, quien fuera su compañera y musa por más de quince años. El poeta invita al lector a caminar descalzo por la arena de una playa, detenernos en una estación del Metro, escuchando a Chet Baker, o sentir el silencioso lenguaje de los árboles, como acto único de rebeldía, ante un mundo que agoniza de alegría artificial.