La literatura es un mago de chistera infinita cuyo fondo sólo pueden atisbar los soñadores. José Manuel Ubé, Quintín García Muñoz y Francisco Javier Aguirre forman en LATRIPATÍAS ese extraño trío tan dado a transformar la realidad en un cuento chino. Son tres provocadores que pululan por la exquisitez en este nuevo formato literario que no hace sino asestarle bofetadas al aburrimiento. No ha mucho me pidieron escribir este Frontispicio (palabra que, por otra parte, suena a columna salomónica, de esas que sostenían en las películas de romanos de serie B hombres de musculatura sospechosa) y a pesar de que en un primer momento me pareció una tarea sencilla, he de reconocer que el asunto tiene su intríngulis. LATRIPATÍAS es de una complejidad facilísima: asomarse a sus páginas es tan peligroso como acariciar a un niño ajeno, tan endiabladamente enternecedor como asesinar a un banquero. Me atrevería a decir que es un diccionario de bolsillo tarado, un escaparate de ingenio insoportable, el terror entre líneas. Las sentencias literarias de Quintín García Muñoz y las fantasmagorías de Francisco Javier Aguirre les hacen una autopsia al sentido común, son juegos recomendados a la sinrazón que el ilustrador José Manuel Ubé sabe plasmar con maestría. Los textos de los escritores se funden con los collages de Ubé, y así se convierten de súbito en amantes imposibles, idénticos a aquéllos que en los libros viejos están condenados a sacarse los ojos y a llorar más tarde sobre la almohada. No se pueden leer estas LATRIPATÍAS a ciegas, no se pueden observar sin que te asalten las ganas de recitar. La obra forma un todo, los sentidos se funden y agrandan, la vida se pone del revés cuando te detienes un momento a pensar en nada. Si alguien les pregunta de qué trata el libro que sostienen entre sus manos, pueden decir que es un beso que acaricia mentiras, dardos alfabéticos envasados al vacío, trocitos de nube en los que viajar sin moverse del sitio, las zapatillas olvidadas de una bailarina coja; un libro, en definitiva, para locos que están hartos de creerse cuerdos.