Huesca fue un país de sueños, de caserones derribados por el progreso, ese señor moderno tan simpático que tomó aquellas huertas colmadas de apetitosos melones, de tomates jugosos, de cardos abrigados en la helada, y las sembró de edificios similares y prismáticos con alma de hipoteca. Brotaron a raudales dejándonos huérfanos de piedra vieja y de amigos cada vez más lejanos. La nostalgia emociona e incita al escritor a desplegar sus fotos en la mesa para acompañarlas, una a una, de las mil palabras que no alcanzan su precio. Componer un Álbum, un algo que llevarnos a la vista, para traer relatos de abuelos que hablan de otros abuelos. Gentes, vivencias, historias, sucesos ocurridos en calles llenas de afanes, de miradas pícaras con piropos, de charlas intrascendentes. Un cúmulo de emociones sentidas, conmovedoras de la entraña filantrópica, compartidas en un tiempo cada día más resbaladizo y en un espacio que aún llaman Huesca.