El sistema sanitario en España -y, por lo que conozco, también en el resto del mundo- tiene serios problemas. A mi consulta vienen pacientes desesperados por las listas de espera y porque sus médicos no los atienden adecuadamente. Se quejan de no recibir información, de la falta de atención personal, del poco tiempo que se les dedica y, a menudo, de los continuos cambios de médico. A esto se le unen las frecuentes noticias sobre el déficit de la Sanidad, la desinformación que existe sobre los copagos, los recortes salariales y las sospechas generalizadas hacia las administraciones que tienen que arbitrar medidas especiales para financiar medicamentos modernos, efi caces, pero de un coste difícilmente asumible. En 1987, durante mi ejercicio como Consejero