En Tel Aviv
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dice el autor en su prólogo
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, hay una c
alle llamada Esther
HaMalka. E
n una de sus esquinas le di vueltas a un texto sobre la reina
Ester... Ella fue la hermosura;
después, una más del harén, y, después,
otra vez la hermosura. De ahí, de esa doble y, en el amor, milagrosa
epifanía, nacieron preguntas que nunca llegué a responder .
Este pequeño volumen, personalísimo, tiene el valor de la primera
prosa, de aquella que
no se escribe para ser publicada. En ella nos
asomamos a lecturas muy selectas, meditadas y analizadas con
sensibilidad y sencillez, y a sugerentes reflexiones sobre la composición
poética, la literatura, la escritura, el hombre: por sus páginas discurren
Lucrecio, Dante, Petrarca, Lope y Péguy, Livio, san Agustín, Pascal,
Johnson o Chateaubriand, dejándonos un legado de valor inestimable