Ver, oír y contarlo con honradez. Estos son los pilares del periodismo. La objetividad absoluta no existe. Lo sé.
He ejercido este oficio durante casi cincuenta años.
He vivido varias vidas y dos muertes, a los siete años fui sacrílego, mi adolescencia transcurrió en un seminario
feudal, trabajé en Francia como obrero, me alisté voluntario a Ceuta, conocí el hambre, el frío y el sueño
irredento, sufrí muy de cerca los zarpazos de ETA y GRAPO, informé del asesinato del presidente Carrero, asistí
-día a día, noche a noche- a la agonía de Franco, tuve el récord en manifestaciones ilegales, viví de lleno la
transición, fui dos veces presidente del Comité de Empresa de la agencia EFE, y atronaron mis oídos dos ruidos
estridentes: el de sables y el de cheques.
He reído, he llorado y he amado a manos llenas. Por eso, mi libro engancha, emociona, divierte y enseña. Doy por
hecho que escocerá a algunos, pero mis nietos merecen la verdad. Además, he hecho, paso a paso y con mochila
al hombro, tres Caminos de Santiago, los dos últimos tras superar un cáncer y un infarto. También he
experimentado en dos ocasiones el Gran Silencio y la Gran Paz que te envuelve cuando el corazón deja de latir.
Todo lo recuerdo. Todo lo cuento.
Si el lector es joven, conocerá la España escamoteada; si es mayor, tendrá sorpresas; si es cuarentón, descubrirá
claves para comprender la actualidad. A todos abrirá los ojos. Un pueblo sin memoria es débil y corre peligros.
Los mentirosos siempre están al acecho para tergiversar la historia y monopolizar la bandera de todos.