En 1992 en el Collado Sur del Everest unos escaladores presenciaron la agonía solitaria de un alpinista hindú, a tan sólo treinta metros de distancia de ellos. Desde el cobijo de sus tiendas observaron cómo les hacía señas con la mano. ¿Por qué estos hombres adoptaron, impasibles, el papel de espectadores pasivos de una tragedia? ¿Por qué no intentaron ayudar al moribundo? ¿Por qué no fueron capaces ni siquiera de aliviarle la agonía, tomándolo de la mano y consolándolo con palabras?
Joe Simpson vivió en el año 1985 una experiencia parecida, cuando fue dado por muerto al caer en una grieta en los Andes de Perú. La experiencia le marcó poderosamente. Sus palabras cuando ya estuvo a salvo fueron lapidarias: "Nunca olvidaré el horror de morir solo, la espantosa sensación de soledad y vacío."