Ser consciente del modo en el que tiendo a funcionar hace posible que evalúe mis actitudes y comportamientos en una situación dada y que pueda ajustarlos. Me permite compensar mi disposición personal y ser tolerante hacia alguien que no funciona como yo -alguien que tiene, quizás, una fortaleza o una facilidad que a mí me falta. La pregunta importante no es si uno es introvertido o extravertido, o cuál es la función superior o inferior, sino, más pragmáticamente: en esta situación o con aquella persona, ¿cómo he funcionado?, ¿con qué efecto? Mis acciones y el modo en el que me expresé, ¿reflejaban realmente mis juicios (pensamiento y sentimiento) y percepciones (sensación e intuición)? Y de no ser ese el caso, ¿por qué no?, ¿qué complejos se activaron en mí?, ¿con qué fin?, ¿cómo y por qué estropeé las cosas?, ¿qué dice esto sobre mi psicología?, ¿qué puedo hacer para solucionarlo?, ¿qué quiero hacer para solucionarlo?
La idea final aquí debe ser que, dejando aparte las implicaciones clínicas del modelo de Jung de tipología, su principal importancia continúa siendo la perspectiva que ofrece al individuo sobre su personalidad.
Utilizar el modelo de Jung de un modo personalmente significativo requiere la misma dedicada reflexión que requiere abordar la propia sombra y cualquiera de los demás complejos. En otras palabras, implica poner suma atención, durante un largo periodo de tiempo, hacia dónde tiende a ir la propia energía, en las motivaciones que subyacen al propio comportamiento y en los problemas que surgen en las relaciones con los demás.