El P. Severino-María Alonso dejó nombre para que se hablara de él con elogio (Si 44,8) y, aun muerto, habla todavía (Hb 11, 4). Verdaderamente fue un hombre que creó vínculos de comunión y esperanza con cuantos entraron en contacto con él. Su memoria nos evoca convicción profunda, generosidad sin límites y fidelidad hasta el final. Son muchos los que le conocieron como catedrático, como animador de sus institutos, como director espiritual, como hermano o, simplemente, como amigo.