A lo largo de la Historia, la distribución de la riqueza se ha sometido únicamente al principio según el cual la clase dominante
acapara toda la riqueza disponible y deja las migajas al resto, bien porque no le merece la pena apropiarse de ellas, o bien porque conviene al propósito de perpetuarse en sus privilegios que la gente disponga de lo mínimo para subsistir y se mantenga tranquila sin poner en peligro la posición de poder de esa clase dominante. El modelo de distribución de riqueza surgido tras la Segunda Guerra Mundial ha resultado ser una excepción a la que hoy se le quiere poner punto y final, pues ya no es preciso competir con los países comunistas, tras la caída del Muro de Berlín, para mantener el bienestar de los trabajadores.