El Derecho se presenta como una realidad perceptible por los sentidos y procesada a través de la razón, según la Teoría Integral del Derecho. Los seres vivos, a lo largo de su existencia, están en constante interacción con normas cuyo cumplimiento o infracción determina el rumbo de su vida. Pero esta influencia no se limita solo a los seres vivos, sino que también alcanza a la materia inerte, como lo demuestran las normas geológicas, físicas o químicas, cuya eficacia se manifiesta en fenómenos observables como la erosión, la fragmentación o la dilatación.
En el caso del ser humano, la norma jurídica representa la manifestación externa y tangible del Derecho. Por ello, su análisis requiere una aproximación que considere tanto su dimensión sociológica (hecho, conflicto y función) como su dimensión axiológica (principios y valores), tal como sostiene la Teoría Tridimensional del Derecho. Ignorar esta visión integral puede conducir a un reduccionismo jurídico que empobrece la comprensión del fenómeno normativo. Además, el ciclo vital de las normas —creación, vigencia y derogación— guarda un paralelismo significativo con el ciclo vital de los seres vivos —nacimiento, vida y muerte—, hasta el punto de que el modelo teórico hecho + valor = norma resulta suficiente para explicar ambos procesos de forma coherente.