Las tardes de los días de fiesta, en que su marido iba a cazar, solía encerrarse en la cocina con su hijo que comenzaba a leer, uno a cada lado de la mesa, ella con su colección de viejos periódicos, los DOMINGO, aquel divino semanario que publicaba colaboraciones literarias, y su hijo con los tebeos, para pasar la tarde leyendo, mientras iba anocheciendo.