Fue un poco mezcla de todo. Principalmente, la nada reprochable, sinceramente lo creo, necesidad profesional por medrar. Tampoco sería justo desdeñar el espíritu de aventura que aún conservaba y la acuciante amenaza de crisis que en la frontera de los cuarenta atenazaban mi ánimo. En contra, jugaban muchos y bien posicionados amigos: el melindroso afecto por la deseada zona de confort, mi eterna inseguridad ante el cambio, la castigada familia por años de ausencias en aras de mis escarceos vocacionales allende los mares, y cómo no, la pereza que invade a todo ser humano cuando afronta ? lo que sea que afronte; y ¿para qué? Como quiera que sea, elegí la suerte irlandesa: ocho semanas en Cork. La empresa me ofrecía esta oportunidad? y la acepté. Qué remedio.? En ?La Cuesta de los irlandeses?, Deivid nos relata en primera persona sus anécdotas en el transcurso de un viaje por Irlanda para tratar de aprender la lengua de Shakespeare. En ocasiones divertidas, otras desconcertantes o incluso grotescas, sus aventuras nos aproximan a un país y a sus gentes, trazando un retrato honesto, que quizás no se ajuste a la