Lo sucedido en España, desde las Cortes de Cádiz en 1812 hasta la Segunda República, en 1936, expuesto brevemente pero con rigor histórico, causa en el lector una penosa impresión. Los partidos políticos no se entienden, todos buscan su propio provecho, la convivencia se hace prácticamente imposible. No existe un programa de gobierno que sea aceptado, en todo o en parte, por los adversarios. No se puede contar con un "sugestivo proyecto de vida en común", por el que merezca la pena luchar unidos, con ilusión, para conseguir una efectiva mejora del país; que hubiese evitado la incapacidad y desidia con que se afrontaron problemas
transcendentales, en los que España se jugó y perdió la herencia recibida.