Noviembre de 1812. Los restos del ejército francés se arrastran por la estepa rusa, sintiendo en el cogote el aliento de los caballos cosacos. Son lo que queda del medio millón de hombres a cuyo frente Napoleón había invadido el Imperio Ruso en junio de aquel mismo año. Han luchado y vencido en Ostrowo, en Vitebsk, en Smolensko, en Borodino, han entrado en Moscú... pero no han logrado derrotar al enemigo.
Ya sólo importa salir vivo de aquel infierno de nieve y hielo. Frente a ellos, una barrera infranqueable: el río Beresina. Los rusos han destruido en Borisov el único puente que existía y les acosan desde todas direcciones. Todo parece perdido. Tendido en la orilla, gravemente herido, José Aragón, capitán del regimiento español Jo-seph-Napoleon, sólo espera la muerte o un milagro. En el bando ruso una mujer le busca ansiosamente, espe-rando que se repita el milagro que les había unido, sólo unos meses antes, en las cercanías de Vitebsk.