Expresado desde la sensibilidad aguda y vivaz de Matthew Appleton, este valioso testimonio procede de una intensa convivencia, a lo largo de los años 80 y 90 del siglo pasado, en el seno de una comunidad formada mayoritariamente por niños y chavales en las primeras fases de la adolescencia, autogobernados en asamblea y libres de las restricciones morales y conductuales impuestas por la sociedad adulta.
El lugar es Summerhill School, escuela fundada hace ya casi un siglo por Alexander Sutherland Neill, quien poseía una confianza absoluta en la capacidad autorreguladora del ser humano, y especialmente de los niños, para desarrollarse, crecer y aprender sin necesidad de ser coaccionados, forzados o embaucados por los adultos. Afectado por el rumbo que tomaba la sociedad humana tras los horrores de la I Guerra Mundial, tuvo la visión de que lo mejor que se podía hacer por la humanidad era devolver la libertad a los niños para prevenir la sumisión ciega, la frustración y todos los profundos complejos inconscientes que maniatan la libertad de consciencia humana.