Alfredo tiene un alce: Marcel. Es cierto que Marcel no siempre obedece las reglas para ser una buena mascota, pero cumple las más importantes. Después de todo, es un buen amigo; o al menos eso parece, hasta el día en que una anciana lo reconoce como suyo: es Rodrigo! Alfredo vuelve a casa, solo y molesto: su mejor amigo lo ha abandonado, se ha ido con su legítima dueña! Pero, realmente los amigos nos pertenecen? Un alce de muchos nombres nos enseña la respuesta en esta divertida historia.
Alfredo tenía un alce. No lo tuvo desde siempre. El alce llegó un día y Alfredo supo, sólo SUPO, que debía ser suyo. Decidió llamarlo Marcel. Y le explicó las reglas para ser una buena mascota. Así comienza esta historia, en principio sencilla: un niño, Alfredo, se encuentra un alce y decide que va a ser suyo y que lo va a convertir en su mejor amigo. Alfredo se esfuerza en conseguir que el alce se aprenda todas sus reglas pero parece que el alce no tiene intención de cumplir algunas. La frustración del niño llega a su límite cuando aparece una señora diciendo que el alce es suyo y más cuando el alce se va con ella; pero, como buen amigo, el alce regresa junto a Alfredo cuando éste se ve en una situación complicada, dispuesto a salvarlo.
Una historia sencilla, al modo característico de Jeffers -potentes ilustraciones y poco texto- pero que nos alecciona sobre esa manía que tiene el ser humano de poner etiquetas a las cosas, de querer ordenar el mundo olvidando que sólo somos una parte más y no una totalidad; y que los amigos no son propiedades, sino tesoros que hay que esforzarse por conservar.