Traumas, síndromes y otras cosas de mucho preocupar en el libro de Paco Flecha. Hubo un tiempo, aquí e la jungla, en que apenas había diferencia entre los miembros de la manada de los monos. Había, eso sí, el poderío (a veces agresivo y despótico, no lo niego) del macho dominante, la vinculación afectiva de las monas con su prole y poco más. El resto eran monos, simplemente. Los había más gordos y más flacos, más altos y más bajos, más alborotadores y más tranquilos. Y eso era todo. Hasta que llegó aquella inglesita, menuda y soñadora, a estudiar la conducta de los monos como si se tratara de paisanos y resultó que existían notables diferencias de carácter, de trastornos y conductas. Y uno resultó ser hiperactivo, otro sufrir de déficit de atención, otro tenía problemas de coordinación motora, otro destacaba en habilidad instrumental... Y así, uno por uno, hasta el final. Cuando a Chita le contaron los avances de todo aquel estudio, absorta como estaba en sacar termitas con un palo que había ella misma preparado, le dijo sentenciosa a su pupilo: Mira, Tarzán, hijo: todos estos diagnósticos no se sabe si describen diferencias o, más bien, las provocan.